Definiciones

Definiciones:

Sociedad: Agrupación natural o pactada de personas, que constituyen unidad distinta de cada uno de sus individuos, con el fin de cumplir, mediante la mutua cooperación, todos o alguno de los fines de la vida.

Refractaria: 1. adj. Dicho de una persona: Que rehúsa cumplir una promesa u obligación. 2. adj. Opuesto, rebelde a aceptar una idea, opinión o costumbre. 3. adj. Dicho de un material: Que resiste la acción del fuego sin alterarse.


miércoles, 11 de junio de 2014

¡NÃO VAI TER COPA!

Las crecientes movilizaciones en Brasil están poniendo seriamente en duda el normal desarrollo del mundial de fútbol a pocos días de su inicio. Las protestas en varias ciudades, sobre todo en las anfitrionas del mundial, no se han detenido desde su comienzo en mayo de 2013 y comienzan a retomar fuerza. El nro. 9 de esta publicación lo dedicamos a esta ola de protestas desatada principalmente por el aumento del transporte y los desorbitantes gastos ocasionados por el mundial, así como la avanzada represiva de los últimos años en las favelas y los desalojos en las ciudades anfitrionas. También remarcábamos, asumiendo la lucha del proletariado en Brasil como propia, cómo esos reclamos, inicialmente con claros matices ciudadanistas, en muchos casos abrieron rápidamente paso a la generalización de las reivindicaciones y la violencia, rompiendo con las limitadas consignas iniciales y reconociendo en sus luchas los intereses mundiales que tenemos los proletarios como clase. En aquellos días podíamos leer en algunos carteles y banderas consignas como «Brasil/Turquía estamos juntos», «somos griegos, turcos, mexicanos... no tenemos patria... somos revolucionarios».

En estos años de aparente paz social, siempre sorprende la rapidez con que el proletariado logra tomar las calles y romper con muchas de las típicas canalizaciones burguesas como el sindicalismo, el politicismo o el nacionalismo. (1)

De todas formas, para nada podemos afirmar que sea algo generalizado. «Não vai ter copa» (no va a haber copa) es la consigna más popular bajo la cual salen actualmente a la calle miles de proletarios en Brasil, pero tras ésta los motivos son muy diversos. En esta nueva ola de protestas previas al mundial podemos ver cómo, en muchos casos, se vuelve a caer en el típico politicismo y reformismo, en la tan de moda “indignación”.

Con los estadios ya construidos, inversiones que podrían superar los 20 mil de millones de dólares, obreros muertos, miles de asesinados en las favelas a manos de las fuerzas represivas, todavía hay quienes tienen ganas de reclamarle derechos al Estado, de pedir una eficiente utilización de los recursos en salud y educación. «Sin derechos no hay copa» es una de las consignas promovidas por quienes sólo ven en el mundial una gran oportunidad para arrancarle migajas al Estado. Una vez más, el capitalismo pareciera funcionar mal por culpa de unos malvados políticos y unos oscuros organismos internacionales. Una vez más, el problema no sería la producción con miras a la ganancia sino cómo ésta se distribuye.


Es posible que de no aflojar las movilizaciones el Estado no pueda continuar con su política meramente represiva y comience a ceder un poco frente al temor de un papelón de cara al resto del mundo. También es posible, aunque menos probable, que el Estado no solo militarice, reprima y asesine en las favelas como viene ocurriendo sino que pase a enfrentar directamente las protestas. Recordemos la masacre de los juegos olímpicos de México DF 1968, cuando se ahogó en sangre el grito de «¡No queremos olimpiada, queremos revolución!» con cientos de muertos en los días previos al inicio, a manos del Batallón Olimpia, fuerza creada especialmente para la ocasión. Frente a todo esto es necesario que las protestas se generalicen, que se logre romper con las fronteras y las canalizaciones burguesas, extendiendo la revuelta y asumiendo que la necesidad de revolución es inseparable del resto de nuestras necesidades.

Lo que no deja de sorprender, más allá de las grandes limitaciones mencionadas, es que este masivo rechazo al mundial se haya podido dar en Brasil, país futbolero por excelencia. Los organizadores se muestran convencidos de que la «pasión por el fútbol» será más fuerte. A comienzos de enero de 2014, inquieto por los retrasos acumulados en la preparación del mundial de fútbol, Joseph Blatter, presidente de la FIFA, declaraba lo siguiente: «Yo soy un optimista, no un miedoso. El fútbol será protegido, no creo que los brasileños ataquen directamente al fútbol, porque para ellos es una religión». Por su parte, el coordinador técnico del seleccionado carioca, Carlos Alberto Parreira desestimó las protestas pues aseguró que en cuanto comience el mundial el pueblo apoyará al equipo: «Tengo absoluta certeza que la selección es un patrimonio cultural y deportivo del pueblo brasileño, que la apoyará durante el torneo». Los manifestantes se burlan de ellos y, hasta el propio rei Pelé, se convirtió en uno de los blancos predilectos después de que declarase «Vamos a olvidar toda esa confusión que está sucediendo en Brasil y vamos a pensar que la selección brasileña es nuestro país, es nuestra sangre», y que minimizace las muertes en “accidentes” laborales ocurridas en la construcción de los estadios.

La corrupción en el deporte y su utilización política y económica son ya conocidos por cualquiera, así como las necesidades represivas y los enormes gastos que requieren estas celebraciones burguesas. Jérôme Valcke, el secretario general de la FIFA, es sincero al respecto: «Voy a decir algo demencial, pero a veces, para organizar un mundial de fútbol es preferible un nivel menor de democracia. Cuando hay un jefe de Estado fuerte y con capacidad de decisión, como ocurrirá con Putin en 2018, para nosotros, los organizadores, será más fácil negociar a varios niveles». Blatter no se quedó atrás y apoyó las declaraciones de su secretario general e incluso, yendo más lejos, recordó que la copa del mundo de 1978 en Argentina fue «una forma de reconciliación del público, del pueblo argentino, con el sistema, con el sistema político, que en aquella época era un sistema militar», y se felicitó a la vez por el éxito de su organización. No debe existir manera más gráfica de comprender la relación entre el espectáculo deportivo y la opresión que recordando cómo los gritos de gol en el Monumental ahogaban los gritos de los torturados en la ESMA a unas cuadras de distancia.

Volviendo a los futuros mundiales, los dirigentes de la FIFA están tranquilos y orgullosos de las sedes elegidas, tanto por Rusia en 2018 así como por Qatar en 2022. Esta pequeña monarquía del medio oriente, con la renta per cápita más alta del planeta (del cuarto de su población que son ciudadanos), vive de la explotación de los yacimientos de petróleo y gas de su región, empleando principalmente mano de obra extranjera. Este país, cada vez más influyente en la política internacional de la región, ha intervenido en las revueltas de la Primavera Árabe apoyando económicamente a los sectores burgueses más liberales. En pleno apogeo, Qatar se mofa de su progresismo mientras que las terribles condiciones de trabajo en la construcción de los estadios mundialistas ya han dejado un saldo de más de 1200 muertos. ¡Sí! 1200 trabajadores provenientes de India, Nepal y Tailandia murieron y mientras tanto, muchos otros continúan trabajando en condiciones esclavistas con los documentos retenidos por sus empleadores, viviendo en los lugares de trabajo sin las mínimas condiciones de higiene, sufriendo jornadas de 12 horas a 50 grados de temperatura.

Desgraciadamente, estas noticias nos llegan por la misma burguesía que nos mata, sin poder contar con una información de primera mano respecto a esta terrible situación. Frente a las denuncias realizadas por medios y organismos internacionales la FIFA ha salido a dar algunas tibias declaraciones, alegando que no puede intervenir en las políticas laborales de un Estado. Nos interesa muy poco lo que haga o no la FIFA, pero todo este cinismo nos retuerce las tripas porque, mientras esto ocurre, lo que sí discute la FIFA es la necesidad de modificar para Qatar 2022 la fecha en la que se realizan habitualmente los mundiales debido a las altas temperaturas en este país en verano que pueden afectar a jugadores y turistas. Los organizadores en

Qatar responden asegurando que sus estadios de muerte estarán climatizados.
Podríamos seguir con innumerables ejemplos históricos de mundiales, olimpíadas y demás certámenes deportivos repletos de sangre y miseria, pero nos surge una pregunta fundamental que no queremos esquivar: ¿Se trata de una mera utilización capitalista del deporte? ¿O es el deporte también un producto de la sociedad capitalista inseparable de ella?

El sentido común nos habla del deporte como un inocente juego. Los deportes en sí no serían el problema sino su utilización por parte de políticos y burgueses. La política y la ganancia han venido a corromper una supuesta actividad natural del hombre. Se opone el deporte–espectáculo, el profesionalismo, a un inocente amauterismo o a una práctica popular desarrollada por cualquiera. Pero, ¿cómo nace el deporte? ¿Cuáles son sus raíces sobre las cuales surge el profesionalismo y esas grandes mafias?

Para perpetuar su dominación la burguesía necesita mitificar muchos de los hábitos actuales, ocultando o tergiversando el origen de un montón de prácticas y relaciones humanas. Patear un objeto cualquiera es algo tan instintivo que entonces, según su lógica, lo que hoy podemos considerar como fútbol tendría orígenes milenarios. Pero pensar las cosas así es ridículo. Por empezar, en los juegos de antaño, la gran mayoría de las separaciones actuales eran irrisorias: los límites espacio–temporales, las reglas estrictas, los equipos bien definidos, los espectadores, los puntajes, así como las instituciones que reglamentan todo aquello.

Lo más cercano al fútbol en la Edad Media era un juego en el que decenas, cientos o incluso miles de personas hacían rodar un balón de cuero con los pies en un campo abierto, a partir de lo cual surgían situaciones de lo más diversas.

El deporte surge en oposición al juego, y es con el ascenso de la burguesía que multitud de juegos tradicionales fueron suprimidos o reformados como deportes. En este sentido, podemos observar históricamente cómo trabajo asalariado y deporte son indisociables, cómo su desarrollo es el desarrollo del capitalismo. La competencia, la disciplina, el sacrificio y demás valores deportivos, son esencialmente los valores de esta sociedad. Lo que producen el deporte y la educación física son fundamentalmente rendimientos y récords, es decir, datos computables, cosas. Tal como ocurre con la producción de las demás mercancías lo importante es la cantidad en detrimento de la calidad. Así los deportistas son exprimidos al máximo, como en las mejores fábricas.

En los juegos tradicionales lo que mayor satisfacción proporcionaba a los participantes no era la obtención de la victoria, el premio o una posible ganancia, sino la diversión y el placer que suscitaba el propio juego, habitualmente asociado a la taberna, la fiesta y la calle.

Frente a los anteriores elementos lúdicos el deporte presupone la aceptación de un conjunto de reglas inviolables que los asfixian. En el juego, dado que el “resultado material” no es lo decisivo, es perfectamente posible que ambas partes sean desiguales y se constituyan de forma accidental, como también puede darse el caso de que una persona o un grupo de personas desafíe a todas las demás. El punto de partida del juego es un desequilibrio fundamental, pero no se trata de una deficiencia, sino de su esencia misma. En el deporte, por el contrario, siempre tenemos dos partes formalmente “iguales” que luchan por la obtención de un resultado “justo” y reglas que pretenden establecer y garantizar un equilibrio que conduzca a ese resultado justo. La igualdad democrática, que no es más que la libertad de compradores y vendedores de enfrentarse en el mercado en “igualdad de condiciones”, encuentra en el deporte un notable reflejo.

Este tipo de análisis históricos no deben llevarnos a mitificaciones o defensas del pasado, ni tampoco deben entenderse como una propuesta alternativa al deporte. De lo que se trata es de comprender las limitaciones de las diversas actividades que realizamos actualmente. Cuando profundizamos en esas limitaciones, enseguida vemos que no son aspectos de la vida que podamos transformar voluntaria e individualmente sin revolucionar las actuales condiciones de vida.

Podríamos dejar de comer tanta basura, buscar más contacto con la naturaleza, generar alternativas lúdicas, etc., etc., etc. En realidad, con suerte solo podremos hacer alguna de ellas durante algún tiempo, a costa de sacrificar otros aspectos de nuestras vidas y, claro está, del sacrificio de muchos otros. La que se mantendrá intacta es una vida basada en la separación. Separados nosotros mismos y de los demás.

Cada vez que se trata de pensar en una sociedad distinta se suele caer en pensar lo “bueno” de este mundo separado de lo “malo”. La revolución es algo bien diferente. Se trata de criticar desde la raíz la sociedad existente y de tirar abajo todo lo que se considere necesario en dicho proceso.

En esa apasionante búsqueda no sabemos qué quedará de lo que actualmente conocemos como deporte, pero es fundamental comenzar a reconocer sus limitaciones para poder superarlo. Creemos que el proletariado en Brasil ha iniciado ese camino. ¡No va a haber copa! ¡Extendamos la revuelta!

1 Recomendamos al respecto el último número de la revista Comunismo: Brasil. Protesta social y contrarrevolución,disponible en internet http://gci-icg.org/spanish/comunismo63.pdf

La Oveja Negra N°17

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